Experiencia con una escort rusa

Viernes, 06 de Noviembre de 2020

¿Cuándo encontrarán la vacuna para este puto virus? Estoy harto de confinamiento, de mascarillas y de distancia social. Y estoy harto, sobre todo, de la anulación de tanta feria. Las ferias me dan la vida. Para un Director de Marketing como yo, las ferias son la excusa perfecta para escapar al yugo de mi matrimonio. No es que ya no quiera a Carmen, no. Pero es que la pasión y el feeling sexual entre nosotros acabó ya hace años. Quizás cuando nació el primero de nuestros hijos. Y yo soy un hombre que necesito una ración de sexo de manera regular para poder funcionar. Y sexo y del bueno (además de muchas oportunidades de negocio) es lo que yo siempre he encontrado en las ferias de muestras.

Me lo enseñó Rodríguez, el que era jefe de equipo cuando yo era un simple comercial. Yo trabajaba entonces para una empresa de la construcción y aquél era mi primer Construmat. Recuerdo tirarme todo el día estrechando manos, dando explicaciones, sonriendo por obligación. Cuando acabamos el día, estaba literalmente machacado.

Pues ahora no te puedes ir a dormir -me dijo Rodríguez mientras regresábamos al hotel-. Ahora empieza lo bueno. Pégate una ducha y en media hora nos vemos en el bar del hotel.

Así lo hice. Cuando entré en el bar, Rodríguez ya estaba allí. Picamos cuatro tapas en el bar, nos bebimos una botella de vino entre los dos y pedimos un taxi. Cuando llegó, Rodríguez sabía perfectamente a dónde debíamos ir. El taxi cogió la carretera del aeropuerto, lo dejó atrás y, después de recorrer unos cuantos quilómetros, se detuvo delante de un edificio iluminado por unas llamativas luces de neón.

Yo nunca había ido a un puticlub. En verdad, ni siquiera me había planteado nunca follar con alguien que no fuera Carmen. Se lo dije a Rodríguez. Su risa tuvo mucho de resabiada.

Si no quieres follar no folles. Tomamos una copa, miramos a las chicas, nos olvidamos durante un rato del curro y, después, nos vamos a dormir.

Y, sí, después nos fuimos a dormir. Mejor dicho: bastante después nos fuimos a dormir. Y es que lo que iba a ser una copa se convirtió en varias y mi negativa a follar con alguien que no fuera mi mujer fue perdiendo consistencia conforme mi vista recorría el panorama de aquel bar de copas. Morenas, rubias, pechugonas, delgadas, rumanas, rusas, mulatas, alguna que otra española... Difícil no encontrar allí a una gachí que te la pusiera bien dura y más difícil todavía resistirse a la tentación de coger a una de ellas por la cintura y subir las escaleras que conducía a la planta superior, donde había un largo pasillo con un sinfín de habitaciones a los lados.

Mi primera puta decía llamarse Ilena y ser rumana. Seguramente lo era. Tampoco me esforcé demasiado en comprobarlo. ¿Para qué? Una vez había dado el paso, lo que yo quería era meterla en caliente. Lo que Ilena sí era, y mi polla puede dar fe de ello, era una auténtica maestra de la mamada. Creo que nunca me la han chupado con tanta devoción, con tantas ganas y con tanto arte como me la chupó aquel día aquella putita. Creedme que, mientras se la metía por el coño, echaba de menos el contacto suave, lascivo, húmedo y caliente de su lengua y sus labios. Ella lo intuyó y, cuando estaba a punto de correrme, dejó que mi polla saliera de su coño y, llevándosela a la boca, le dio un último lametazo antes de que de la punta de mi nabo empezaran a salir, como si de un surtidor se tratara, chorretones de semen.

Putas rusas

Desde Ilena han sido muchas las putas con las que me he acostado. Siento devoción por las prostitutas y por ese sexo sin compromiso que se practica con ellas. Se han convertido, de manera más o menos rutinaria, en parte de mi vida, y nunca me falta una cita con alguna de ellas en las ferias profesionales a las que acudo. Una feria sin putas al acabar la jornada no es una feria. Por eso las echo ahora tanto de menos.

En los últimos tiempos, además, mi éxito profesional me ha permitido refinarme en el tema de contratación de trabajadoras sexuales. Ahora me muevo como pez en el agua en el territorio escort. Diréis que, al fin y al cabo, una escort de lujo no deja de ser una puta. Seguramente tendréis razón, pero también la tengo yo si os digo que una chica de este tipo es algo más que una simple prostituta. Llegado el momento te la va a chupar, sí. Y se pondrá a cuatro patas para que te la folles bien follada por detrás, sí. Y hasta, como aquella rumana de aquel puticlub de carretera, te ofrecerá su cara y su boca para que te corras en ellas.

Pero una escort te da mucho más que eso. Y para muestra... Olga. ¿Que quién es Olga? La prostituta de lujo que contraté en la última feria a la que acudí. Rusa, alta, rubia, con los ojos azules más gélidos que puedas imaginar y el coño más caliente que puedas llevarte a la boca. Una auténtica exquisitez. Cara, eso sí. Pero... ¡qué coño! Había acudido a la feria para cerrar un contrato de muchos ceros con un cliente italiano y eso merecía una celebración a la altura de las circunstancias.

Había una cena entre los ejecutivos de las dos empresas para celebrar el acuerdo y, lógicamente, a esa cena no podía acudirse de solateras. Me asomé a internet (ahora ya no cojo el coche para desplazarme a puticlub alguno) y eché un vistazo a uno de los más prestigiosos directorios de escorts de la ciudad. Ese directorio nunca me había fallado y esta vez tampoco lo hizo. Fue en él donde encontré a Olga.

Desde siempre me han gustado las mujeres rusas. Las guapas, claro; que feas también las hay en todos sitios. De las putas rusas me gusta esa apariencia fría que esconde en el fondo a una mujer ardiente. Olga parecía ajustarse perfectamente a ese estereotipo. Decía llevar mucho tiempo en España, tener estudios y dominar el idioma. Eso, finalmente, fue lo que me hizo decantarme por ella. Que estuviera buena a rabiar era un requisito imprescindible para llamarla, pero también necesitaba que fuera algo más que una mujer florero. En la cena, al menos, debería dar un mínimo de juego.

Y lo dio. Vaya que si lo dio. Conversadora, educada, sonriente, atenta siempre a mis palabras... la compañía perfecta, vamos. Los italianos me miraban con cara de envidia. Mis compañeros de empresa no tanto. Estaban acostumbrados. Ya saben cómo me las gasto a la hora de contratar a una puta para una cena de empresa. Siempre busco lo mejor de lo mejor. El tiempo de las putas de bar de carretera ya pasó. O espero que haya pasado. Después de todo, con esto de las crisis nunca se sabe cómo podemos acabar, y la del puto COVID se prevee dura.

Prostituta rusa

Cuando acabamos la cena, no eran ni dos ni tres los italianos que habían pedido a Olga su número para contactar con ella cuando hubiera acabado con mis servicios. Ella dijo que sí, lógicamente, pero eso no sería hasta el día siguiente, cuando Olga hubiera marchado ya de mi hotel y estuviera de nuevo libre para ser contratada por quien tuviera el gusto de pagar su exclusiva tarifa.

Llegados al hotel, ¿qué puedo contaros? Olga dejó salir toda la lujuria que escondía dentro de su cuerpo de diosa del Este. Me desnudó lentamente y se desnudó poco a poco para mí ofreciéndome un espectáculo lleno de sensualidad y erotismo.

Ver aparecer centímetro a centímetro su cuerpo desnudo me puso muy caliente. Mi polla, bien dura, debería comportarse como en sus mejores días si quería estar a la altura de aquella cita. Había contratado a Olga para toda la noche y no podía correrme a las primeras de cambio. Ella, sabia y experimentada, leyó ese temor en mis ojos y, como buena profesional, decidió ir poco a poco.

Sentir cómo su lengua lamía el tronco de mi polla era toda una delicia. Notar en mis manos el contacto de sus pechos, una experiencia para sibaritas. Hundir mi boca entre los labios de su coño, saborear el mejor de los manjares. Cuando, al fin, me cabalgó muy lentamente, sentí que había llegado a vivir una experiencia casi mística. Me corrí. Ella, entonces, me dejó descansar. Pero lo hizo el tiempo justo para que yo recargara mi pistola. Cuando lo conseguí, cuando mi rabo estaba de nuevo preparado para otro asalto, le susurré al oído qué sería, en ese momento, lo que más me gustaría hacer con ella. Olga sonrió y, obediente, se puso a cuatro patas. Su culito esperaba mi visita y yo, tras lamerlo y lubricarlo bien, no falté a la cita.

Estuve tentado de contratarla un día más, pero pensé en mis clientes italianos y medité sobre la conveniencia de enfadarlos quitándoles aquél bombón de la boca. Decidí que no. Después de todo, 'la pela es la pela', y con las cosas del comer no se juega. "Ya vendrán otras ferias", me dije. Y ya podré, de nuevo, contratar a una escort de lujo como Olga. Lo que entonces no sabía es que iba a llegar este puto bicho que nos tiene a todos medio encerrados en las casas. Espero que encuentren pronto la manera de contenerlo o de evitar su contagio. Y es que tengo muchas ganas de feria. Profesional que es uno.

Típica escort rusa