Abrí el buscador y busqué mujeres en Barcelona

Viernes, 27 de Noviembre de 2020

Tres meses sin follar es un tiempo de luto, creo, bastante prudencial. Yo era un hombre y, aunque ya no demasiado joven, tenía mis necesidades. Además: la vida me debía algo. Al fin y al cabo, habia sido ella, la puta vida, la que me había quitado a mi mujer de una manera imprevista. Un puto accidente. Quedé noqueado, claro. Mi mujer y yo llevábamos juntos media vida y estábamos convencidos de que envejeceríamos juntos. Pero no. Me vi de golpe, bien entrado en los cincuenta, y con todos los planes rotos. Pasé tres meses bastante jodidos. No quería salir de casa. Pero mi parte animal despertó para sacarme de aquel barro en el que estaba chapoteando. Instinto de supervivencia, dicen. Ese instinto proviene, sin duda, de nuestra parte animal.

Mi polla empezó a reclamar atenciones. Mi mujer y yo llevábamos una vida sexual bastante activa pero ella ahora no estaba. Debía buscar a alguien que, en ese aspecto, ocupara su lugar. Pero me daba una infinita pereza buscar a alguien. Además, no estaba preparado para iniciar una relación de tipo sentimental. Ese luto, si algún día acababa, iba a durar un poco más.

Recordé mis tiempos de juventud, antes de ennoviarme. De vez en cuando me iba de putas con mis amigos. Hasta que empecé a ir solo. En aquel tiempo, mi cuerpo me pedía mucha marcha y con mis pajas no me bastaba para saciarlo. Iba siempre al mismo puticlub. Estaba cerca del barrio, en una especie de torrecita antigua, cerca del Camp Nou. Allí tenía mis dos o tres putas preferidas y allí encontraba lo que necesitaba para saciar mi apetito sexual.

Dejé de ir de putas cuando me ennovié con la que iba a ser mi mujer. Ella empezó a darme todo lo que me daban las putas de aquel burdel y a dármelo, además, gratis. Y la verdad es que me lo dio durante muchos años, justo hasta que se fue. La misma noche anterior al accidente habíamos follado como leones.

Y ahora que se había ido, ¿qué iba a hacer yo? ¿Cómo satisfaría aquella necesidad mía de follar? El pensamiento me vino de repente. Si había dejado de ir de putas al conocer a mi mujer, ¿por qué no volver a frecuentar los puticlubs ahora que ella ya no estaba?

Y así lo hice. Un sábado por la tarde me duché, me arreglé, me afeité la barba (que en los últimos tiempos había descuidado) y, como un pimpollo, me fui en busca de aquel puticlub en el que saciaba mis ansias folladoras tantos años atrás. Ya no existía, claro. En su espacio habían levantado un edificio de oficinas, acristalado, de cuatro plantas. Era esperable, me dije. Y me volví para casa, nunca mejor dicho, con el rabo entre las piernas. Fue allí donde hice lo que debería haber hecho desde el principio: recurrir a Google.

Putas en Barcelona

Encendí el ordenador, abrí el buscador y tecleé "putas en Barcelona". Me impresionó el largo listado de directorios y webs de agencias de escorts que allí aparecían. Me dirigí a uno de los primeros directorios que aparecían en los resultados de la búsqueda y navegué por él. Allí había escorts llegadas de todos los puntos del planeta: latinas, brasileras, argentinas, europeas, orientales, chicas del Este e, incluso, alguna que otra africana de cuerpo de pantera y piel de ébano. Muchas de ellas (la mayoría) eran auténticos bellezones. Mirar las fotografías de sus anuncios de putas me puso mucho más cachondo de lo que ya lo estaba. Sentí la necesidad de masturbarme, pero renuncié a ello. No tenía la edad que tenía para pajearme como un vulgar adolescente. Quedaría con alguna de aquellas prostitutas de lujo y me la follaría bien follada.

La pregunta era: ¿con cuál? No quería tener problemas con el idioma (soy quizás, un clásico, no me gusta follar sin más, sin hablarse ni nada) y tampoco me atraía acostarme con una chica joven. Me daba un poquito de complejo mostrar mi tripa un poco más redondeada de lo normal y mis carnes que empezaban a flojear. Mejor buscar a una cuarentona, pensé. Me sentiré más cómodo y ella, seguramente, me entenderá mejor.

Gracias a la herramienta de filtro de la página web encontré lo que buscaba. Podía elegir entre cinco prostitutas de lujo cuarentonas de Barcelona. Los textos de presentación que hablaban de ellas en cada uno de sus anuncios eran similares. En ellos se hablaba de experiencia, de sabiduría, de mentes abiertas, de mujeres que sabían dar a un hombre aquello que ese hombre necesitaba... Los servicios sexuales que ofrecían eran prácticamente los mismos. Todas hacían francés natural. Todas se dejaban follar el culo. Cuatro de las cinco dejaban que te corrieras en su cara. Dos hacían garganta profunda. Había una que se parecía a mi mujer. Delgada, con unas tetas ni grandes ni pequeñas, unas piernas musculadas y el cabello liso.

Prostitutas de lujo

Rechacé la posibilidad de citarme con ésta. Estaba preparado para follar pero no para hacerlo con una mujer que se pareciera a mi difunta. Seguramente, de haberlo hecho, me habría venido abajo. Escogí a Aurora. Rubia, tetona, con unos labios que parecían capaces de vaciar por sí solos los cojones más repletos de lefa que se puedan imaginar, Aurora era lo opuesto a lo que había sido mi mujer. Sí: sería ella la elegida para estrenar mi vida de viudo putero.

La llamé. Me gustó su tono educado y dulce.

¿Dónde quieres que quedemos, corazón? - me dijo-. ¿Te apetece venir a mi apartamento? Lo tengo muy arregladito y tengo una botellita de cava en la nevera, por si nos apetece tomar una copita antes de ponernos por faena. ¿O prefieres que vaya a tu casa?

Estuve a punto de gritar: "no, en mi casa, no". Del mismo modo que no estaba preparado para follar con una lumi que se pareciera a mi difunta, tampoco estaba capacitado para fornicar en la que había sido nuestra casa durante más de veinte años. Me habría parecido, en cierto modo, una especie de profanación.

En tu apartamento me parece bien. ¿Te gustan los bombones? -le pregunté. En algún lugar había leído alguna vez que las escorts valoraban muy positivamente el que les llevaras algún pequeño detalle.
Me encantan -me dijo.

Quedamos en vernos al día siguiente, a las seis de la tarde. Pasé la noche como un adolescente que supiera que estaba a punto de follar por vez primera. No pude evitarlo: tuve que masturbarme. Lo hice en la ducha, lanzando mi lechada sobre la mampara.

Al día siguiente, a la hora de la cita, estaba como un clavo en la puerta del apartamento de Aurora. Me abrió ésta, vestida con un elegante vestido rojo. Su escote era toda una declaración de principios. "Este vestido", venía a decir, "está deseando ser quitado". Su beso también lo fue. Me gustó el sabor mentolado de sus labios y cómo su lengua jugueteaba con la mía mientras nos besábamos.

El apartamento, ciertamente, era muy coqueto. Con los adornos justos y muy bien escogidos y muebles minimalistas, aromatizado con unas varitas de incienso e iluminado con una luz sensual, era un lugar, sin duda, ideal para el placer.

Follar con una puta en Barcelona

Me invitó a sentarme en el sofá. "Voy a por el cava", dijo. Y trajo una botella y dos copas. Me ofrecí a abrir la botella. Le serví una copa, me puse otra, y fuimos poco a poco rompiendo el hielo.

No pareces ser de los que van muy a menudo de putas, corazón -me dijo.
Iba, pero hace muchos años de eso. Lo dejé cuando conocí a mi mujer.

Me había prometido no hablar de ella y, ¡mierda!, a la primera de cambio ya estaba con ella en los labios. No era buena manera de empezar. Si seguía por ese camino, iba a arruinar la velada contando mis miserias a una lumi a la que acababa de conocer.

Aurora, sabia como pregonaba el texto de presentación de su anuncio, no me dejó seguir. Llevó un dedo a mis labios y los selló para que no siguieran hablando. Después, volvió a besarme con un beso hondo y húmedo mientras, poco a poco, iba desabotonando mi camisa. Mis manos tomaron conciencia del momento y se aventuraron por las curvas de Aurora y por la exuberante generosidad de sus tetas. Me sorprendió que, pese al tamaño de aquellos melones y a la edad que aparentaba aquella mujer (que debía haber pasado ya de los cuarenta y cinco), aquellas tetas conservaran todavía una dureza muy respetable.

Esa dureza se contagió a mi polla, que se puso como un palo. Aurora lo pudo comprobar al palparla por encima del pantalón. Ya despojado de la camisa, hizo que me pusiera en pie. Ella permanecía sentada en el sofá, por lo que, al bajarme los pantalones y los boxers, mi rabo quedó completamente expuesto y ofrecido a los caprichos de su boca.

Diosa del sexo oral

En el texto de presentación de su anuncio se hablaba de Aurora como de una diosa del sexo oral. Y ciertamente lo era. Engulló mi polla como quien engulle la carne más preciada. Y como tal la trató. Me la lamió bien lamida, me comió lo huevos, llevó la punta de su rabo hasta su campanilla y llegado el momento de correrme, orientó mi polla para que me corriera en su escote. Algunas gotas de mi leche salpicaron su sexy vestido rojo, que aún no se había quitado.

Lo siento -dije.
No te preocupes. Ya se lavará.

Y, poniéndose de pie, se pasó los tirantes por los hombros y dejó que el vestido resbalara hasta sus pies. Estaba completamente desnuda y su cuerpo era una invitación a la lujuria.

Ven -me dijo. Y cogiéndome de la mano me llevó hasta su habitación y me tumbó en la cama, boca arriba.

Yo, debido a la soberbia mamada y a la copiosa corrida, había perdido la erección. Mi polla no estaba flácida (¿cómo podía estarlo ante la visión de aquella soberbia mujer?) pero tampoco erecta. Estaba, por decirlo a la manera tradicional, morcillona. O sea: que era recuperable para un segundo asalto.

En ello se empleó a fondo Aurora. Se tumbó sobre mí, me besó largamente, paseó sus tetas por mi boca (¡qué placer lamer aquellos pezones que parecían castañas!), fue bajando lentamente hacia abajo, jugueteó lentamente con su lengua en mi ombligo y, nuevamente, llevó su boca hasta mi pene. Una vez allí, lamió con la punta de su lengua mi frenillo, mordisqueó suavemente mi glande, chupeteó mis pelotas y comprobó como mi erección volvía a recuperar su esplendor.

Fue entonces cuando, sentándose sobre mí, introduciendo mi rabo en su coño, empezó a cabalgarme. Lo hizo lentamente, con calma, sin prisa alguna, como si el sexo consistiera en sentir un suave oleaje envolviendo nuestra polla. Yo, mientras ella me cabalgaba, magreaba sus tetas, que oscilaban, provocativas, ante mí. Guardaban aún los rastros de mi lefa, que mojaron mis dedos. Yo los llevé a sus labios y Aurora los chupó gozosa. Cuando ella sintió que mi respiración se aceleraba, incrementó su ritmo de cabalgada. Sentí el orgasmo como una especie de bendición que me limpiara de todo sentimiento de culpa que pudiera albergar.

Puta follando

Tras el polvo, Aurora me ofreció la ducha. Lógicamente, la acepté. Me vino bien que fuera una ducha a solas. Necesitaba poner en orden mis pensamientos.

Cuando marché de allí, supe que iba a volver. De esto hace ya cuatro años. Como entonces, hoy aún me sigue dando pereza iniciar una nueva aventura sentimental. Por otro lado, no creo que nadie pueda ocupar el lugar que ocupó mi mujer. Estaba hecha para mí. Eso sí: el sexo sigue siendo para mí una necesidad. Necesito imperiosamente gozar del sexo para sentirme vivo. Por eso sigo yendo de putas. Por eso sigo citándome con Aurora de tanto en tanto para follar y dar rienda suelta a mis fantasías. Me gusta su forma de mamarla, la humedad de su coño y la estrechez maravillosa de su culete. La primera vez que lo probé pensé que iba a volverme loco de placer.

En ocasiones he pensado en cambiar de puta, en citarme con otra escort que no sea Aurora, pero... ¿para qué, si ya estoy satisfecho con cómo lo hace? Debe de ser que soy un tradicional, pero, ciertamente, no necesito más. Ya ansío en momento de volver a hacerle un cunilingus.

Cunilingus